15.8.11

El fascismo micrológico. Michel Onfray

SEXTA PARTE
Una política libertaria

I
Una cartografía de la miseria

3


El fascismo micrológico. La época del fascismo con casco, armado y con botas ha desaparecido. Esa fórmula tiene la ventaja de la visibilidad: sus modalidades se ven en la calle, las comisarías, las escuelas de guerra, los medios de comunicación, la universidad y otros aspectos sensibles de la sociedad civil. El golpe de Estado según el principio putchista con la ayuda de una columna de vehículos blindados y la topa de soldados de élite decididos, sin fe ni ley, todo eso ha desaparecido. Los Estados Unidos lo llevaron a cabo en América del Sur en el siglo XX, algunos países africanos insisten en conservar aquel modelo pasado de moda, pero el fascismo ya no recurre a artificios tan groseros. En adelante, el fascismo del león da paso al fascismo del zorro; merece un análisis.
Primero, el fascismo del león: trivial, clásico, incluido en los libros de historia, comprende la comunidad nacional mística que ingiere y digiere visiblemente las individualidades en beneficio de un cuerpo místico trascendente: la Raza, el Pueblo, la Nación, el Reich... Desaparece la vida privada en el alambique en fusión de la colectividad omnipotente. La propaganda invade todos los aspectos de la vida, y determina qué leer, pensar, consumir y vestir; cómo comportarse de una manera precisa, establecida y única. Todo discurso alternativo se vuelve difícil; es censurado, denigrado e incluso prohibido. La razón no cuenta para nada; se la presenta, además, como un factor de decadencia, un fermento de descomposición; en su lugar se prefiere al instinto nacionalista, la pulsión popular, la energía irracional de las masas incitadas por numerosos discursos y técnicas de sujeción mediáticas. La conformación de este desatino puro exige la presencia del jefe carismático, el gran organizador, el principio de cristalización...
Luego, el fascismo del zorro: apende de las lecciones del pasado y admite combinaciones formales y revoluciones significantes. Pues el liberalismo es maleable, y ésa es además su fuerza. El golpe de Estado no es popular: demasiado visible, demasiado indefendible en estas horas de mediatización universal y de pleno poder de las imágenes. Malas maneras... De ahí, el rechazo a la violencia del león maquiavélico en provecho del zorro, que pertenece al mismo bestiario, pero es reconocido por su astucia, su picardía y su deshonestidad. El león recurre a la fuerza del ejército; el zorro, al poder de los arreglos discretos.
En cuento al contenido, las cosas cambian poco: se trata siempre de reducir la diversidad a uno y de someter las individualidades a una comunidad que las trascienda. Se recurre al pensamiento mágico, a los instintos más que a la razón; se intimida; se justifica el terror con la lucha entre los enemigos convertidos en víctimas propiciatorias; se constriñe menos con el cuerpo que con la sumisión de las almas; no se maltrata el cuerpo, pero se apalea el espíritu; no se suelta a la milicia; se formatean las inteligencias para que no piensen: nada nuevo excepto el envase...
El éxito de la empresa se confirma: en las zonas de dominación liberal -la Europa maastrichtiana que, sin duda, foma parte de ellas-, las editoriales y la prensa sirven el mismo caldo insípido; los políticos en el poder, derecha e izquierda confundidas, defienden el mismo programa bajo falsas diferencias orquestada para el espectáculo; el pensamiento dominante alaba el pensamiento de los dominadores; el mercado es la ley en todos los sectores -educación, salud, cultura, por supuesto, pero también ejército y policía; los partidos, sindicatos, parlamentos, participan de la oligarquía y reproducen el orden social de modo idéntico; se desacredita el uso público de la razón crítica en favor de métodos irracionales de comunicación-, sabiamente teatralizados y escenificados por consorcios financieros monopólicos; todos los días se manipula a las masas a través del uso adictivo de la televisión; se impide cualquier proyecto constructivo que no esté al servicio de una religión consumista, etcétera.
El fascismo del zorro es micrológico porque se manifiesta en situaciones ínfimas y minúsculas. Lección de Michel Foucault: el poder está en todas partes. Por lo tanto, en los intervalos, en los intersticios, en el entredós de lo real. Aquí, allá, en otra parte, en las pequeñas superficies, en las zonas estrechas. Mil veces en un día, esa zorrería llega a producir sus efectos.
Otra clase magistral, la de La Boétie: afirma en su obra Discurso sobre la servidumbre voluntaria que todo poder se ejerce con el consentimiento de aquellos sobre quienes se manifiesta. Ese microfascismo no viene de arriba, sino que irradia, conforme al modo rizomático, a través de pasantes- en potencia, cada uno de nosotros- que se vuelven conductores de esa mala energía, como la electricidad. Esta comprobación constituye el primer tiempo necesario para elaborar la lógica de la resistencia. Saber dónde se encuentra la alienación, cómo funciona y de dónde proviene permite visualizar la continuación con optimismo.


[Michel Onfray/La potencia de existir. Manifiesto hedonista
Ediciones de la flor. 2007]

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