15.8.11

El devenir revolucionario de los individuos. Michel Onfray

SEXTA PARTE
Una política libertaria

II
Una práctica de la resistencia

1


El devenir revolucionario de los individuos. Ya nadie cree en la revolución a la manera insurreccional de Blanqui. ¡Incluso el capitalismo liberal ha renunciado a los golpes de Estado según las teorías de Malaparte! Ya no tiene éxito en ningún lado la idea de Marx según la cual el cambio de infraestructura económica modifica en forma automática la superestructuras ideológicas. La apropiación colectiva y violenta de los medios de producción no cambia nada: la ideología no surge de la supuración fisiológica de los modos de producción, sino de otras lógicas... Las ideas viven una vida menos breve.
El capitalismo es flexible. No renuncia a sus posiciones sin recurrir a artimañas y múltiples medios antes de darse por vencido. Aún no se ha escrito la historia de esas metamorfosis: el afecto, la proximidad, los sentimientos hacia el capitalismo paternalista; el llamado a los grandes fetiches -la libertad, en especial, de emprender- junto a la variante liberal dura; la convocatoria de la vena social en el caso de la versión socialdemócrata; el rigor brutal de los fascistas con casco; la seducción de la posibilidad de acceder a los objetos deseables en el tropismo consumista; el espejismo permisivo con los liberales libertarios; la infiltración permeable e insidiosa en la actualidad de los fascismos micrológicos. Y todo el tiempo, el envoltorio y el condicionamiento atraen la atención sobre la novedad, pero la mercancía sigue siendo siempre la misma...
¿La renuncia a la insurreción? ¿Habrá que hacer el duelo, en lo sucesivo, de una acción revolucionaria? ¿O quedan esperanzas todavía y, si es así, bajo qué formas? ¿La revolución es un ideal aún defendible? ¿A qué precio? ¿Para hacer qué? ¿Con quién? ¿En busca de qué? ¿Qué haría Blanqui en nuestra época? ¿Querría aún el golpe de Estado que predispone a la opinión pública cuando el ardid permite que ocurra sin dificultades y se instale por largo tiempo? La lección de Auguste Blanqui no se encuentra en la letra de su texto, ni en sus acciones en las barricadas, sino en el espíritu de su vida: intentar la producción de efectos revolucionarios.
Detengámonos un instante en la noción de revolución: ¿qué significa hoy en día? Evitemos el significado astronómico: pues toda revolución implica una rotación, sin duda, peo para volver al punto de partida. Con frecuencia, las cosas no ocurren así: ciertamente, la Revolución Rusa abolió el zarismo, pero para instaurar un régimen mucho más brutal al del látigo de los zares. Aquel falso cambio no es deseable: alimenta la ilusión, desalienta y decepciona para toda la vida.
La revolución tampoco consiste en el cambio radical ni en la abolición del pasado, la tabla rasa. La destrucción de la memoria nunca ha permitido construir nada durable o que valga la pena que perdure El odio al pasado, a la Historia y a la memoria -síntomas de nuestra época crepuscular- produce espejismos, fantasmas y períodos históricos estériles. Los autos de fe, la exaltación iconoclasta, los incendios de edificios y los diversos vandalismos rozan la bestialidad y no estimulan de ningún modo el progreso de la razón.
¿Dónde está, pues, la revolución? En la lógica hegeliana de la Aufhebung: conservación y superación. En el proceso dialéctico que permite apoyarse en lo dado, el pasado, la historia, la memoria, para adquirir el impulso que, respetuoso de aquel punto de apoyo, avanza más allá y genera nuevas posibilidades de vida. Esta dialéctica no es una ruptura radical, sino la continua superposición, evolución fanca y abierta hacia horizontes lejanos. Recuperemos el proyecto de Condorcet, siempre de actualidad, con fe en el progreso del espíritu humano. Y démosle a ese espíritu radical la posibilidad de realizar considerables progresos.

¿Qué hacer? Releer a La Boétie [1] y recuperar sus tesis más importantes: el poder no existe, se ha dicho, sin el consentimiento de aquellos sobre quienes se ejerce. ¿Si falta ese consentimiento? El poder cesa y pierde su conquista. Pues el coloso con pies de barro conserva los pies -imagen del Discurso sobre la servidumbre voluntaria- únicamente a través de la anuencia del pueblo explotado. Frase sublime: estén decididos a dejar de servir y serán libres, escribe el amigo de Michel de Montaigne. Nada ha cambiado desde el siglo XVI. La brutalidad del liberalismo sólo se mantiene debido a la aprobación de los que lo padecen. Cuando ellos le nieguen su colaboración -la palabra es importante-, la fortaleza se convertirá en un montón de piedras yermas.
La violencia liberal no es platónica ni caída del cielo ni emana de ideas puras. Surge del suelo y de la tierra, se encarna y toma apariencia humana, utiliza vías de paso localizables, activadas por hombres con rostro. Existe debido a los que contribuyen a su genealogía y a la persistencia de esa monstruosidad. Se encarna en lugares y personas, en las circunstancias y en las ocasiones. Se muestra: es visible y por lo tanto frágil y delicada, asequible, expuesta, y así es posible combatirla, detenerla y prohibirla.
La naturaleza de los microfascismos conduce a las microrresistencias. En muchas ocasiones las fuerzas negativas se oponen a las fuerzas reactivas e interrumpen la difusión de la energía lóbrega. Seamos nominalistas: el liberalismo no es una esencia platónica, sino una realidad tangible y encarnada. No luchamos con conceptos sino con situaciones concretas. En el terreno inmanente, la acción revolucionaria se define por el rechazo a transformarse en correo de transmisión de negatividad.
Aquí y ahora, y no mañana o en un futuro radiante, más tarde... porque mañana no es hoy... La revolución no espera la buena voluntad de la Historia con mayúscula; se encarna en situaciones múltiples en los lugares donde se la moviliza: en su familia, su taller, su oficina, su pareja, en su casa, bajo el techo familiar, en cuanto un tercero queda implicado en una relación, por todas partes. No hay pretextos para dejar para mañana lo que finalmente no se hace jamás: ¿el lugar, el tiempo, las circunstancias y la oportunidad revolucionaria? Ahora mismo. Al comprobar el fin de toda posible revolución insurrecional, Deleuze recurrió al devenir revolucionario de los individuos. La convocatoria conserva toda su eficacia y potencialidad.
Claro está que a ese rechazo no le conviene la soledad, pues el poder y la dominación liberal disponen de medios para hacer entrar en razón al rebelde aislado, que será aplastado, eliminado y reemplazado con gran rapidez. Cada acción dividida da pie a su represión inmediata. Salvo si se tiene vocación de mártir -inútil y contraproducente-, el heroísmo sin concertación desperdicia una energía preciosa en pura pérdida. La resistencia permanente, sí: y construir una vida dedicada a evitar que se convierta en una engranaje del funcionamiento de la máquina nefasta es aun mucho mejor. No obstante, en la realidad resulta más efectivo concertar, asociar las fuerzas y aumentar las posibilidades de triunfo de las propias ideas: retrasar, frenar detener, parar, volver la máquina inútil e ineficaz. De la inercia al sabotaje.


[Michel Onfray/La potencia de existir. Manifiesto hedonista
Ediciones de la flor. 2007]

[1] Discurso sobre la servidumbre voluntaria. La Boétie. 1576

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